.:: Crónica 6. Conchas para la eternidad ::.

6 de junio 2003, Salta, Norte de Argentina

Al fin, me quedé un mes en Buenos Aires, 30 días entrecortados por la visita de las cataratas de Iguazú ubicadas al noreste de Argentina, sobre la frontera entre Argentina, Brasil y Paraguay. El espectáculo es realmente asombroso, tanto por el tamaño y la complejidad del sitio que por la fauna y la flora que se encuentra ahí. Niagara puede ir a esconderse.

Con un Amigo sudafricano que vive en Londres pero que eligió expatriarse a Argentina, hemos empezado la visita por el lado argentino y fuimos directo al lo más sobresaliente del espectáculo: la “Garganta del Diablo”. Por un ingenioso sistema de pasarelas metálicas, llegamos al centro de una depresión enorme de la forma de una herradura, donde el agua, llegando de todas partes, se precipita ferozmente en un fragor ensordecedor. Ni se puede ver el fondo del cañón 70 metros más abajo a causa del vapor de agua que te moja completamente en segundos. Es la secunda vez que pierdo la noción del tiempo mirando a un fenómeno natural.

Completamente empapados, fuimos entonces a ver las otras partes del sitio. A lo largo de un recorrido que te lleva hasta la base de las Cataratas, puedes admirar el increíble panorama y probar imaginarte el cataclismo que engendró esa fractura indescriptible en el paisaje. Durante la bajada, puedes acercarte de algunos saltos casi hasta tocarlos, lo que te permite darte cuenta de la violencia del fenómeno, ya que mientras te quedas a distancia del agua, tienes una extraña impresión de lento y de calmo.

Cuando llegamos abajo, un bote súper poderoso (híbrido entre una embarcación zodiac y una fueraborda, dos motores de 200 Cv, salido directo de mis sueños de niños), nos lleva rotundamente bajo las cataratas: ¡Gran escalofrío y gritos garantizados, les recomiendo absolutamente!

Después, continuamos por la visita de la isla San Martín, que se ubica entre las dos partes de las cataratas y donde había que cuidarse de los pumas y las serpientes, pero ni encontramos uno... En cambio, tuve la suerte de admirar a unos verdaderos tucanes que ni siquiera eran disecados, así como también a cientos de buitres que tomaban el sol, a millones de mariposas y a miles de arañas que comían las millones de mariposas... ¡La naturaleza esta bien hecha!

Desgraciadamente, tuve que dejar ahí la visita del sitio, a causa de una recaída de angina blanca. Hay que decir que el cambio de clima, el 100% de humedad y el cansancio acumulado en Buenos Aires no me permitieron luchar con armas iguales contra mi garganta... del diablo. De modo que perdí la visita del sitio bajo el claro de luna llena, (el día del eclipse además), así que el recorrido del lado brasilero y la visita de la represa hidroeléctrica de Itaipú, la represa más grande del mundo. Eso dicho, los dos días de convalecencia al lado de la piscina del hotel para aprovechar del tiempo tropical me hicieron olvidar rápido ese pequeño disgusto.

Dos semanas más tarde, me marchaba de Buenos Aires y continuaba a solas mi recorrido hacia el noroeste del país. Estoy entonces aquí en Salta la linda, al pie de la cordillera, justo bajo el trópico del capricornio, a la misma latitud que Iguazú pero del otro lado. Y desde entonces, las actividades desfilan a un ritmo frenético.

El primer día, fue de excursión con dos simpáticas abuelas para visitar la Quebrada de las Conchas (a no confundir con las conchas quebradas). Ahí se puede admirar una infinidad de paisajes diferentes que cambien con una rapidez desconcertante. Desde unas mesetas rojas (presencia de oxido de hierro) y áridas que parecen salir directo de un western norteamericano, pasamos por unas colinas de color verde-turquesa (sulfato de cobre), luego a unas formaciones geológicas extrañas en los tonos ocres (azufre), antes de atravesar una vegetación lujuriante que precede un bosque de pinos creciendo sobre un lecho de arena blanca... ¡Alucinante! Se encuentra también una duna gigante con miles de conchas, todo eso a 1200 metros de altura. Lo que pasa es que toda la región se ubica sobre una placa tectónica que por aquel entonces se encontraba al fondo del mar. Hablo de eso, UUUUhhhh... hace fácil 150 millones de años, antes de la formación de los Andes... ¡Las conchas son eternas!

El segundo día, hice trekking y escalada. El tercer día, visité la ciudad... 500.000 habitantes, realmente encantadora, fue el centro neurálgico del poder durante la liberación del país. Se dice que Argentina nació aquí. Por fin, el cuarto día, subí en el famoso Tren a las Nubes. Su recorrido de 217 km. nos lleva a lo largo de unos valles con paisajes mágicos y atraviesa 13 viaductos y 21 túneles antes de llegar a su punto más alto, el Viaducto de la Polvorilla cerca de San Antonio de los Cobres, a 4200 metros arriba del nivel del mar. Ahí arriba, los aldeanos con la piel quemada por el sol y burilada por el viento esperan a los turistas para venderles un poncho o unos calcetines en lana de llama para subsistir a sus escasas necesidades. ¡Les recomiendo mucho los calcetines en lana de llama por el calor! Pero claro no por el olor...

Después de este pequeño entrenamiento en la altura, me estoy disponiendo con serenidad (y algunas hojas de coca en el bolsillo) a afrontar las altas mesetas de Bolivia. La hojas de coca son uno de los únicos remedios conocidos contra el mal de altura, se puede masticarlas o hacer un mate de coca. Debería llegar en Bolivia dentro de tres días, después de un recorrido que pasa por algunos pueblitos perdidos del norte de Argentina. ¡Después, al asalto del Altiplano!


¡Hasta la próxima!

Patrick


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