.:: Crónica 10. La vuelta de la venganza II ::.

7 de marzo, El Chui, frontera Uruguay – Brasil

Al fin, decidí escribir una décima crónica para compartir una última vez mis aventuras de belga de las trópicas. Después de catorce meses de vagabundeos, me estoy preparando a volver a mi vida sedentaria de homo sapiens belgus modernus. Ya compré el billete, me voy el 21 de marzo a la mañana, el día de la primavera en Europa, no quería ver el invierno este año. Muchas cosas pasaron desde que decidí quedarme en Buenos Aires para buscar un trabajo… Casi nunca moví tanto que desde que elegí quedarme.

Tres meses de búsqueda laboral no resultaron en nada serio. ¡Lo confirmo, es una aventura grande encontrar a un trabajito todavía libre y salvaje en Argentina hoy! Pensaba que tenía un buen contacto en el mundo de la prensa diaria de Buenos Aires pero empecé a tener algunas dudas cuando el contacto anulaba la cita por la cuarta vez consiguiente… La quinta vez estuvo la buena, por lo menos para hacerme entender que a mi edad, no tendría que creer más en el Papa Noel. Desde entonces, armado de un buen Currículum Vitae, empecé por atacar el mercado del empleo Argentino al nivel de los puestos en Comunicación / Marketing.

Después de dos meses de lucha encarnizada, firmé un tratado de paz provisorio y fui al sur de Chile, a Puerto Montt, durante 10 días para pasar las fiestas con Alejandra (ver crónica 9). Regresé después a Buenos Aires donde continué mi lucha proletaria durante un mes antes de irme de nuevo, esta vez a Tucumán. Además de poder trabajar de mozo en el bar de mi amigo Fernando, tenía la oportunidad de trabajar en una ONG (Organización que No depende del Gobierno) que se encarga de la prevención del Sida con los travestís y las prostitutas. Aunque voluntario y gratuito, este trabajo me estimulaba bastante por los descuen… huuuu, perdón, por su lado humano y muy rico al nivel personal. Pero tuve que macharme por una nebulosa historia de corazón.

Desde entonces, ya que no recibí casi ninguna respuesta a las candidaturas que había mandado, abandoné definitivamente mi tentativa de conciliar las palabras “Argentina” y “trabajo” y elegí volver a Bélgica. Aproveché de que ya estaba en el norte de Argentina para ir a despedirme de Alejandra que estaba en su casa de familia en el norte de Chile. Pasé la frontera entre Salta y San Pedro de Atacama, cerca del Volcan Licancabur que ya había visto desde el otro lado durante mi expedición a Bolivia, 8 meses antes (ver galería de fotos 7). Llegamos así a 5.000 metros de altura, sin problema hasta que la mitad del bus empezó a vomitar en una impresionante reacción en cadena. ¡Muy chistoso! Salvo el olor…


Después de una despedida bastante triste, volví a Buenos Aires haciendo un trayecto de 61 horas (37 horas de viaje y 27 horas de espera, me quería matar) y fui a comprar el billete de regreso. Me inscribí a la UBA (Universidad de Buenos Aires) para beneficiar del precio casi dos veces más barato para los estudiantes sobre los vuelos hacia Europa. Puesto que me quedaba bastante tiempo antes de irme, decidí irme una última vez de paseo durante 3 semanas.

Empecé este último recorrido por Montevideo, con Laura, una amiga uruguaya que había encontrado durante una excursión memorable en mountainbike (50 Km. con un freno que siempre andaba, y ni me di cuenta, infelices pantorrillitas). Fuimos a la casa de amigos suyos, una pareja que agradezco una vez más por su infinita amabilidad. Me gusto Montevideo, me hizo pensar a Bruselas, con su ambiente tranquila, su arquitectura de las cuarentas/cincuentas, sus bus amarillos y sus numerosos parques, viejos y cagadas de perros… Además, la ciudad esta completamente abierta sobre el Río de la Plata. Mientras que a Buenos Aires el Río esta escondido como la vergüenza de la familia, a Montevideo pueden aprovecharse de las playas de arena blanca que se encuentran en todas partes en la capital uruguaya. Hasta que llaman el Río “Mar”, lo que hace mucho reír los porteños… con su alcantarilla a cielo abierto.

Me quede ahí una semana en la casa de Cecilia y Nicolás antes de ir a ver la costa uruguaya. No fui a Punta del Este, demasiado turística para mis gustos, y preferí ir directamente a La Pedrera, mas tranquilo. Tan tranquilo que me quede solamente dos días antes de tomar el bus hacia Florianópolis en búsqueda de la gente perdida.

Estoy ahora en El Chui, a la frontera entre Uruguay y Brasil, esperando el bus de noche, me quedan dos semanas antes de marcharme a Bélgica, y lo voy a aprovechar a full!


29 de marzo 2004, Bruselas, Bélgica

¡Hace una semana que regresé y ya me engordé de dos kilos! No puedo resistir a las cervezas especiales ni a la comida de mi mamá. Pero pronto voy a ir a vivir solo sin plata así que no estoy desesperado por engordarme un poco últimamente. Estuvo bárbaro encontrar a mis amigos después de 14 meses de ausencia. ¡Ni podía hablar francés cuando llegué, increíble! Bueno, ahora que estoy mas tranquilo, reanudo el relato de mi última escapada…

Desde la frontera, quedaba solamente 17 horas de bus hasta Florianópolis y la isla de Santa Catarina, el paraíso de los quiroprácticos… ¡Nunca, pero nunca de mi vida había visto tantas lindas chicas al metro cuadrado! Mi cuelo se acuerda todavía del tratamiento que le infligí. ¡Deberían prohibir la entrada a los cardiacos, insensatos!

Me quedé una semana en “Floripa”, con Diego, uno de los raros porteños que encontré ahí. Me habían dicho que la Isla estaba la guarida de los porteños pero en marzo, ya esta la temporada baja así que no tenía casi nadie, solamente unos brasileros. Después de una semana de fiestas, playas, olas, miradas, el tiempo empezó a ponerse muy feo, así que decidí regresar a Argentina para visitar Córdoba, el único lugar turístico importante que todavía no conocía en Argentina.

Durante el trayecto de 42 horas en bus, tuve la suerte de encontrar a Mariela, una futura guía turística que me hizo visitar “el corazón de Argentina”. Secunda ciudad más importante del país (nunca decir eso a un Rosarino), primer destino de turismo nacional, ciudad universitaria, cuna histórica de la nación, Córdoba me cayó muy agradable. Pero me hubiera gustado quedarme más tiempo para conocer mejor la región.

Por lo menos fuimos al pueblo de Alta Gracia para visitar la casa de Ernesto “Che” Guevara. Su familia se mudó ahí porque Ernestito tenía alergia y le necesitaba un aire seco y puro, como lo de Alta Gracia. A pesar de esta pequeña invalidez, Ernestito empezó a decir “Che” sin parar (¿O más bien estornudaba sin parar?), hasta que llegó a ser muy conocido y que hizo entonces la revolución en Cuba. ¡Así que con mi oreja izquierda que no anda, seguro que yo también voy a llegar a ser alguien, sea en Bélgica o en América del sur... ¡Pues, a mí me encantan los cubas libres!

¡Hasta siempre!

Che Patrick


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