.:: Crónica 9.
En búsqueda del trabajo perdido ::.
Tucumán, 20 de octubre 2003
Reanudo
mi relato después de casi cuatro meses de silencio...
Tal vez me faltaba un poco de estimulación, ya que
ésta es la novena y última crónica
que materializa en cierto modo el final de mi viaje. Además,
no tenía tantas cosas que contar a nivel “aventuras
de mochilero belga”, estos últimos meses estuvieron
más bien ricos al nivel “aventuras relacionales
sudamericanas”.
Volviendo para atrás, a mediados
de julio, sin darme cuenta, estoy a punto de empezar una
relación apasionada... con las pirañas del
Pantanal. Vengo de cumplir 85 horas de viaje desde Cusco
y necesito descansar. Tengo suerte, acá es la temporada
seca, así que hace “solamente” 30°C
y que no encontramos casi ningún mosquito. Decidí
ir de excursión durante cinco días en medio
del Pantanal para reconciliarme con mi trasero. Cretino
grande que soy, no había pensado en las 13 horas
de carretera llena de baches sentado en la parte de atrás
de una “pick-up” necesarias para llegar al centro
de este pantano gigante ubicado al sur del Amazona.
En
una sorprendida relación causa-efecto que todavía
no entiendo, el tratamiento inhumano que infligí
a mi trasero se hizo sentir al nivel de mis cuerdas vocales...
Mi organismo ejerció una revancha ciega que me privó
de voz durante todo el tiempo que me quedé en Brasil.
Ya sordo de una oreja (de nacimiento) y ahora mudo de una
cuerda vocal, llegué agotado a la hacienda más
rica de la región.
El Pantanal esta compuesto por llanuras
y estepas inmensas sumergidas bajo un metro de agua durante
la mayor parte del año, pero durante la temporada
seca, es asombrosamente polvoriento para un pantano... De
todas formas, en cualquier temporada, el Pantanal esconde
una flora y una fauna únicas. Primero, la región
esta llena de pájaros de todos tipos, desde unos
zancudos gigantes y majestuosos hasta unos loros azul eléctrico
o multicolor, pasando por un número impresionante
de aves rapaces. ¡Y no se encuentra ni una paloma!
Se puede igualmente admirar, hasta casi tocarlos, a unos
ciervos, unos aligatores, unos caimanes, unos avestruces,
unos no-me-acuerdo-como-se-llaman y también unos
osos hormigueros, gigantes o demás especies.
Pero
la parte más interesante del periplo es sin ninguna
duda la pesca de las pirañas... Estos simpáticos
bichitos tienen de hecho los dientes más afilados
que la naturaleza jamás inventó. Uno de los
turistas de mi canoa, al parecer con tendencias masoquistas,
metió su mano dentro del cubo donde guardábamos
nuestras presas para dar vuelta a una piraña... Y
de paso, les regaló un gran pedazo de su piel. Pero
no tuvo mucha suerte, ya que no sintió nada. Consuelo,
podía por lo menos admirar el hueso de su índice...
En este caso, prohibido ir a nadar a
menos que estén buscando una forma original de suicidarse,
ya que la sangre atrae a las pirañas de manera exponencial.
Sino, se puede nadar tranquilo en su feliz compañía
para decir hola a los apacibles cocodrilos que le observan
desde la orilla, o para jugar con las rayas venenosas que
se encuentran al fondo del río... Fui entonces a
darme un baño para abrirme el apetito antes de pasar
a la degustación de piraña a la parrilla,
un plato riquísimo que les recomiendo absolutamente.
¡Con un poco de suerte, son en promoción al
supermercado del barrio!
Después de las 13 horas necesarias
para salir del Pantanal, me quedaba aún un trayecto
de 24 horas de micro para llegar a Rio de Janeiro. Cumplí
en total 135 horas de viaje desde Cusco y necesitaba definitivamente
descansar. Desde entonces, me quedé durante dos semanas
a Rio donde actué como el turista bien básico,
mirando las colas de las chicas sobre la playa, nadando
en las olas, bailando en los
boliches o dejándome robar las ropas sobre la playa
de Copacabana. Aprovecho la ocasión para subrayar
el valor ejemplar de mis vecinos de toalla de playa que
se atrevieron a afrontar el peligro, haciéndome grandes
gestos cuando desperté para indicarme por donde se
había ido mi ladrón cinco minutos antes. Les
agradeceré eternamente haber logrado preservar mi
tranquilidad mientras observaban la escena.
En fin, éstas dos semanas fueron
bien agradables pero como no hablaba el idioma, además
de ser ya medio sordo y recién medio mudo, no era
fácil socializar con los autóctonos. Sin embargo,
logré encontrar algunas personas muy simpáticas
y espero tener la oportunidad más adelante de volver
a visitar el resto de este inmenso y fabuloso país.
De hecho, mi visita a Brasil acabó ahí porque
unos amigos me esperaban en Buenos Aires el primero de agosto
para ir a Bariloche.
Después
de un pequeñito viaje casi rutinario de 44 horas
para llegar a mi capital sudamericana favorita (todavía
la única que conozco), me doy cuenta de que mi bolsa
de dormir y mi herramienta suiza habían desaparecido
de mi mochila. Lo que tuvo como consecuencia directa la
aparición de unos agujeros en mis medias a causa
de unas uñas del pie definitivamente demasiado largas.
Pero quedo estoico ante la adversidad y, adornado con flamantes
calcetines, voy a ver a Carla, de quien me enamore al principio
de mi viaje (ver crónica tres, primero de marzo).
Me contactó de nuevo cuando estaba en el pueblo de
Aguas Calientes, después de la visita al Machu Pichu,
como en regalo del Dios Sol. Desgraciadamente, el encuentro
no logró a mis expectativas y me fui una semana después
a Bariloche, un poco sorprendido de que me haya confundido
con un Tamagotchi a pesar de mis lindas medias.
Me quedé casi tres semanas en
Bariloche, un “egresado” de 19 días para
un gran niño de 30 años. Nada especial para
contar
ya que la mayoridad de ustedes conocen las actividades de
un egresado... Fiesta, snowboard, fiesta, resaca, snowboard,
fiesta, etc. Aunque, presumiendo de mis capacidades, subí
al cerro delante de la pista de los principiantes con la
intención confesada de hacerme el fanfarrón
ante las damas. Completé perfectamente las dos primeras
vueltas en la nieve blanda inmaculada antes de hacerme mierda
y de sacarme el hombro en frente de mis admiradoras. Tuve
que acomodarlo nuevamente solo, como Mel Gibson en “Arma
Mortal”, así que finalmente logré hacerme
el fanfarrón pero no exactamente tal como lo había
inicialmente previsto. Como decimos en francés...
: “Quien se hace el fanfarrón se hace mierda
en el pantalón!”. Bueno, no es al pie de la
letra la expresión en francés pero por lo
menos rima.
Mi cuenta bancaria se estuvo resbalando
lentamente pero seguramente hacia la nada, elegí
luego irme a Puerto Montt, Chile, del otro lado de la cordillera,
para ver a Alejandra a quien había conocido cinco
meses atrás (ver crónica cinco). Al fin, me
quedé allí 2 meses a vivir con ella, huésped
en la casa de unos amigos suyos a quienes agradezco una
vez más. Pospuse sin cesar la fecha de mi partida
pero terminé por irme a la mitad de octubre, esencialmente
por una preocupación financiera.
Ahora estoy aquí en Tucumán,
en esta región del norte de Argentina que descubrí
cuando fui a Salta hace 5 meses (ver crónica 6) y
que me encanta.
La gente aquí es naturalmente amable, cálida
y cariñosa, soy recibido como un príncipe.
Estoy viviendo en el departamento de Fernando, que conocí
en Machu Pichu y que me ha dado las llaves de su departamento.
Nos conocemos poco pero me brindó inmediatamente
su confianza y hasta me propuso trabajar de mozo en un de
sus bares, si así lo quiero. Ya trabajé dos
veces y estoy pensando en serio en esta oportunidad...
Después de diez meses de vagabundeos,
mi viaje se esta terminando de verdad, pero no tengo ganas
de regresar a Bélgica por el momento. Entonces, vuelvo
a Buenos Aires el fin de semana, esta vez para buscar un
trabajo, con el puesto de mozo acá en Tucumán
como rueda auxilio. La idea es, por lo menos, dejar pasar
el invierno en el país de las papas fritas (Bélgica).
Después... ¿quién sabe? Tal vez una
nueva aventura empieza para mí... ¡Ya que encontrar
un trabajo en Buenos Aires en ese momento parece de verdad
una aventura grande!
¡Hasta la próxima!
Patrick
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